Por Jessie Madrigal-Fletcher.
La primera vez que practiqué Yoga fue hace 7 años, y lo abandoné poco después. Pasó el tiempo, y el Yoga se fue convirtiendo en la disciplina de moda. Veía a mis amigos enganchados, a yogis y yoginis con cuentas de Instagram de cientos de miles de seguidores y marcas de ropa que lo vendían como forma de vida. Y yo me preguntaba, ¿por qué a mi me cuesta tanto abandonar mi sofá tan rico y acogedor y ponerme a hacer unos saludos al sol? ¿Por qué me es tan difícil decir que no a unas galletas de chocolate, pero soy capaz de posponer mi practica de Yoga en un nanosegundo?
Ha sido sólo durante los últimos dos años, que el Yoga ha pasado a ser una de mis adicciones, junto al chocolate. Y el cambio lo puedo reducir en cinco pasos:
1 - Dejé de mirar a los demás.
A mí siempre se me ha ido el ojo, da igual que esté en Adho Mukha, del revés y mi coleta en la cara, pero me obsesiono con el de al lado, que es capaz de tener las plantas del pie perfectamente planas en la esterilla. Algo central en el Yoga es olvidarte de lo que tienes alrededor, y abandonar las ideas sobre “deberías estar haciendo”. Da igual que la de delante lleve unos leggings ligeramente transparentes, o que tu vecino colgase una foto en Facebook de un sirsasana “perfecto”. Si te olvidas de todo esto y te concentras en tu respiración, tu cuerpo y tu mente, no solo disfrutarás más del Yoga, sino que mejorarás.
2 - Cambié 'forzar' por 'aceptar'.
Todos estamos diseñados de un modo diferente, con niveles de fuerza y flexibilidad que dependen de nuestro ADN. Algunas asanas me van genial - especialmente savasana, deliciosa que es ella - pero hay algunas que mi cuerpo no es capaz de hacer, por mi lesión o el modo en el que “me hicieron”. Si fuerzo la postura, entonces es cuando me frustro o peor, me hago daño. Para mí, algunas asanas requieren que doble las rodillas, y eso es simplemente… genial. La postura “perfecta” no existe.
3 - Empecé a tomarme en serio.
Una estupenda profesora de Yoga me preguntó si no me tomaba mi practica en serio porque no me tomaba en serio a mí misma. Tomarte en serio en Yoga no es dejar de sonreír durante la practica, o tomarte la clase como un regimen militar; se trata de creer que te mereces lo mejor porque eres un yogi estupendo, tomarte el tiempo en crear una atmósfera agradable si practicas en casa, o buscar el estudio que realmente te gusta. Significa respetarte y ver tu practica como algo genial que te has ganado porque sí.
4 - Encontré mi tipo de Yoga.
Existen muchos estilos: Hatha, Vinyasa, la combinación Hatha-Vinyasa, Yin Yoga, Iyengar. Depende de si es más o menos activo, si lo quieres con música o más enfocado hacia la meditación. Realmente merece la pena buscar qué tipo es más afín a tu personalidad, tu cuerpo y lo que buscas con tu práctica.
5 - Encontré a mis profesores.
Hay tantísimos profesionales del Yoga, muchos excelentes y muchos no tanto. Más que encajar con un estilo concreto, a veces se trata de conectar con el profesor. Si hay buen rollo, disfrutarás de tu practica y te costará muy poco agarrar la esterilla y plantarte en el estudio.
Y UN DETALLE EXTRA: también encontré mi momento. Si no es mi día, o mi semana, si empiezo a cuestionarme por qué no me apetece practicar, no le doy más vueltas. Me doy tiempo, me doy espacio, y vuelvo al Yoga cuando me lo pide el cuerpo, que es MUY frecuentemente.
Cuando practicas junto a otros alumnos y profesores la experiencia es sin duda mágica, pero a veces, cuando la motivación esté volando bajo, puedes seguir practicando online