Hace muchos años conocí a un chico encantador, de aquellos que siempre estaba a tu lado, que veía la vida con ilusión y con mirada nítida, que se comía los momentos a bocados y que irradiaba felicidad allí donde iba. A su lado, tus malos días se tornaban anecdóticos y su sonrisa enamoraba a quien se le acercaba. Los años fueron pasando y las circunstancias, los silencios, las nubes negras y la caída a un mundo de difícil salida se volvieron su presente. Ya no era aquella sonrisa tan maravillosa y su mirada se perdía en otra realidad, su nueva realidad. El agujero en el que estaba era un estado latente en todos sus actos: dejó de amar con intensidad, perdió la empatía, ya no estaba enamorado de sí mismo y ya no enamoraba a los demás. Como amiga, me mantuve siempre a su lado agazapada para aprovechar cualquier oportunidad que me pudiera brindar un: – Ya no puedo más, o el sueño que todos queríamos oír: – Necesito ayuda. Después de muchos años de adicción a las drogas estas frases se vuelven repetitivas en tu mente y, además de la preocupación que sientes al ver a tu ser querido tan lejos de ti, pierdes la única fe que te queda; la que te hace seguir adelante con el convencimiento de que algún día quiera curarse. Años más tarde entendí que esta fe nunca la perdí ya que era su única fe, la mía. Después de muchas vueltas, y fracasos personales un día oímos aquella frase tan bonita, la que todos queríamos oír. Con ojos de arrepentimiento nos dijo ayudadme, no puedo seguir así. Aquel día todo cambió, volví a creer en los milagros y mi cabeza empezó a agitarse más rápido que nunca. Mi pregunta era ¿dónde podemos ingresarlo? ¿Cómo van a trabajar la adicción? ¿Cuánto tiempo va a tener que estar? ¿Sus terapias funcionan? Recuerdo que, en un primer momento, y dado que la seguridad social no se hacía cargo de agilizar ningún trámite, empecé a llamar a un par de centros privados que encontré por internet. En los dos me prometían una recuperación casi inmediata en un par de meses, simplemente se los desganchaba de la sustancia y ya está. «Tratamos la drogadicción como una enfermedad. En cuanto deje de consumir estará curado.» Sin embargo, esta respuesta no me convenció y entonces recordé que mi prima me había hablado de Proyecto Hombre. Les llamé y enseguida se interesaron por él, por la persona. Me dijeron que una adicción es un síntoma en el que hay emociones y traumas no resueltos y que, por tanto, primero hay que trabajar la base para conseguir una vida abstemia. Desde el día en que puso los pies en la ONG Proyecto Hombre, empezó un nuevo camino que le ha devuelto la ilusión, la sonrisa, las emociones… la vida. Le agradezco a él haber querido emprender este proyecto consigo mismo y estoy eternamente agradecida a Proyecto Hombre: a que me lo hayan devuelto tal y como era antes. -Anna Bausells. Ir al sitio web de Proyecto Hombre: https://proyectohombre.es/
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