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Cómo el yoga cambió mi vida


Durante años pensé que algún día escribiría sobre cómo encontré el yoga. Pero cuanto más lo miro, más claro lo tengo: yo no encontré nada.

El yoga me encontró a mí. Y llegó cuando ya no sabía muy bien quién era.


Hacerlo correcto. Hacerlo bien. Siempre.


Vengo de una familia inmigrante. Madre soltera. Como casi todas las madres, la mía quería lo mejor para mí.

Y para ella, lo mejor era bastante claro: estudios seguros, un buen trabajo, estabilidad, una vida “bien hecha”.


Así que hice lo que tocaba.Lo que se espera cuando quieres hacerlo bien:

  • buenas notas

  • ayudar en casa

  • estudios de Administración, “multiuso”, por si acaso

  • buscar un trabajo seguro

  • intentar cumplir sueños que no eran exactamente los míos


Nunca me pregunté qué quería yo. Ni siquiera se me ocurrió que esa fuera una pregunta válida.

No estaba perdida. Estaba exactamente donde se suponía que tenía que estar.


Nueva York y el vacío


Con 21 años me mudé a Nueva York. A los 25 llegó el yoga.

Desde fuera, Nueva York era la cumbre del éxito. Desde dentro… algo no encajaba.

Tenía trabajo, ciudad, movimiento, estímulos.Y aun así me despertaba vacía. Desconectada. Sin rumbo claro.

No era tristeza. Era otra cosa.

Una sensación constante de estar viviendo una vida que funcionaba, pero que no sentía como mía.

Comía de forma emocional. El cuerpo empezó a expresar un vacío que yo no sabía explicar con palabras. Miraba hacia fuera buscando respuestas, validación, dirección. Y cuanto más buscaba fuera, menos me encontraba dentro.


Una casualidad que no lo fue


Un día llegué tarde al gimnasio. Porque eso es lo que se hace, ¿no? Ir al gimnasio.

La clase ya había empezado. Y para no perder el tiempo, entré en el local de al lado.

Era una clase de yoga.

No buscaba espiritualidad. Ni iluminación. Ni crecimiento personal.

Solo entré por aprovechar el tiempo.

Ese fue mi primer contacto con el yoga.

Tarjeta de membresia de mi escuela en Nueva York
Mi escuela de Yoga, NY 2001

El yoga como herramienta de autoconocimiento


El yoga no fue “lo que siempre busqué”. Fue una herramienta.


Una herramienta para:

  • mirar hacia dentro

  • sentir el cuerpo

  • parar el ruido

  • empezar a distinguir entre lo que se esperaba de mí y lo que yo realmente sentía


Por primera vez, el cuerpo tenía algo que decir y yo estaba lo suficientemente quieta como para escucharlo.

El yoga no me dijo quién tenía que ser. No me dio respuestas rápidas.

Pero me enseñó algo esencial: la capacidad de escucharme.


Y cuando empiezas a escuchar de verdad, ya no puedes seguir viviendo igual.

Con el tiempo, el yoga se convirtió en una forma de ordenar. De entenderme. De aceptar de dónde vengo. Y —quizá lo más importante—de atreverme a imaginar cómo quería ser, no cómo debería ser.


No transformaba mi historia. La compensaba.


Durante años, mi forma de moverme por la vida fue ir a los extremos.

Crianza estricta → rebeldía Pueblo pequeño → Nueva York Sobrepeso → control extremo Pasión sin suelo → estabilidad sin alma


Pensé que cambiar de escenario —o de pareja— era cambiar de historia. Pero no lo era.

No transformaba mi historia. La compensaba.

Cambiaban las formas, pero el fondo seguía intacto.

Por eso los errores se repetían. Con nombres distintos. Con contextos distintos. Pero con la misma raíz.


Cuando las herramientas importan de verdad


A los 35 años viví una tragedia familiar.

No entraré en detalles. Solo diré esto con absoluta certeza:

sin las herramientas que me dio el yoga, habría perdido el juicio.

No porque el yoga quite el dolor. No porque haga que todo sea más fácil.

Sino porque me enseñó algo que marcó toda la diferencia:

Aprendí a no identificarme con lo que siento, sin dejar de sentir.

Esto me permitió atravesar ese momento sin romperme por dentro.

Ahí entendí que el yoga no es evasión. Es presencia. Incluso —y sobre todo— cuando duele.


El yoga en la vida real


Hoy tengo 51 y sigo equivocándome. Sigo tomando malas decisiones. Sigo gestionando cosas regular.

La diferencia es otra: los veo antes.

Gracias al yoga, me doy cuenta más rápido de cuándo me estoy desviando, y eso me permite redirigir antes, sin quedarme atrapada durante años en lo mismo.

Eso, para mí, es madurez real.


Años después, este camino se convirtió en Mandiram Yoga, una escuela de yoga en Barcelona donde enseñamos yoga con criterio y donde el yoga sirve para la vida real, no solo para la esterilla.


Si algo he aprendido


Si pudiera decirle algo a la Gordana de entonces, sería esto:


YOU ARE PERFECT. DON’T TRY TO BE SOMEBODY ELSE.


El yoga, para mí, nunca fue hacer posturas. Fue aprender a escuchar. A observar. A no huir hacia los extremos.

Y a veces, eso —aunque no se vea desde fuera—marca toda la diferencia.

Antes de cerrar, déjame preguntarte algo:


  • ¿Cuántas decisiones importantes has tomado para no decepcionar?

  • ¿Qué parte de ti has ido silenciando para “hacerlo bien”?

  • ¿En qué área de tu vida sigues compensando en lugar de escucharte?


Porque quizá no necesitas cambiar de vida. Quizá necesitas dejar de huir de ti.

Mucho Love,

Gordana

 
 

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